El día 13 de julio, falleció el sacerdote agustino Victorino Alfredo Martínez Martínez a consecuencia de una larga enfermedad. Estuvo acompañado de su familia, hijos y nietos y de su comunidad religiosa agustina.
Victorino de profesión biólogo marino y buzo, formó su familia llena de amor, casado por 25 años y tres hijos, se consagra totalmente a Dios en el servicio del sacramento del Orden, después de 17 años de diácono permanente y luego de enviudar, postula y es aceptado en la Orden de san Agustín para iniciar su proceso formativo hacia el sacerdocio. Realiza su noviciado en Venezuela y su profesión solemne en Santiago de Chile.
El 20 de marzo de 2015 es ordenado sacerdote agustino. En esa oportunidad, el padre provincial Enrique Catalán señaló “Cuando él manifestó ser agustino, compartir la idea de integrarse a nuestra comunidad, nos sorprendió. Primera vez que ocurría que un laico casado, viudo, con hijos y nietos decidiera ser sacerdote agustino. Confiamos en él y lo acogimos con alegría y esperanza. Él tiene una experiencia que ninguno de los sacerdotes tenemos, la vida de familia, que es una riqueza. Es un gran regalo para la historia de los agustinos de este país”.
El Padre Victorino, en esos momentos emocionantes para él señaló “gracias por acogerme, cuando ingresé el 8 de mayo de 2009. He cumplido un ciclo para comenzar otro. Gracias por confiar en mí, por apoyarme desde mi noviciado en Caracas y todo el acompañamiento que he tenido este tiempo, en este nuevo caminar como religioso”.
Su labor pastoral la realizó en las parroquias agustinas de San Fernando, San Pedro de la Paz y Concepción siendo en ellas vicario parroquial. En 2019 fue designado párroco de Concepción. También estuvo prestando servicios pastorales en los colegios agustinos de Santiago y Concepción. En el nuestro, fue Director de Pastoral en 2014 integrándose alegremente a la vida de la comunidad escolar.
El sacerdote de la sonrisa
En la misa funeral de despedida realizada en el templo parroquial el 15 de julio, el padre Sixtus Eboseremhen Uwagu, párroco de San Agustín lo recordó señalando: «Victorino es nuestro padre, amigo, sacerdote, abuelo y el Pastor ante Dios. De hecho, él es el hombre que recibió todos los sacramentos. No tengo las palabras adecuadas para expresar nuestros sentimientos en estos momentos, pero la palabra que mejor fluye es la del Señor. Gracias Señor por la vida de Victorino Martínez». En parte de su homilía, añadió: «Entre ayer y hoy se ha hablado mucho de Victorino. Si pudiéramos resumir todo lo que se ha dicho, podríamos decir que es un buen hombre, un hombre cristiano que vivió su vida de esa forma dentro y fuera de la Iglesia. Su vida, me ha dado muchas lecciones de vida. Confundí su silencio con timidez, su dulzura con debilidad, pero luego de nuestra estadía, comprendí que su silencio significaba sabiduría y que su dulzura no era más que fortaleza».
En carta enviada, el Padre Provincial José Ignacio Busta agradeció a las muchas personas que acompañaron al padre Victorino en su larga enfermedad, en especial a su familia por el apoyo siempre prestado hacia su nueva vida de sacerdote y en su enfermedad señalando en parte: “Querido Victorino…No olvidaré tus consejos de viejo lobo de mar, tu humildad en todo momento, tu breviario que siempre llevabas bajo el brazos, como signo de tu oración constante y sobre todo tu alegría, que se traducía en sonrisa, escucha y esperanza…” Muchas personas a través de las redes sociales, palabras de pésame y condolencias resaltaron al padre Victorino como el hermano de la sonrisa, ya que siempre su alegría y buen humor sobresalía en los ambientes que él sirvió.
Así lo recordaremos, tal como expresó el profesor Héctor Luengo en la misa funeral a nombre del colegio: “…Nos es grato recordar su buen humor constante que transformaba cualquier día aciago en uno con un mayor ánimo y alegría. Nos es grato pensar en las palabras que compartía y que motivaba a la reflexión en base a la experiencia del quien fue hombre, esposo, padre, abuelo y guía espiritual. Lo extrañaremos, el solo verlo ingresar por la puerta que une a la parroquia con el colegio, motivaba a cualquiera a acercarse a saludar, recibir su sonrisa, escuchar una anécdota, hacer una broma y reírnos…”